Breve tejido de memorias

“La autogestión personal y colectiva de los cuidados de la vida de modo desmonetizado, localizado en nuestros territorios, parajes, barrios y pueblos, busca resistir al imperante capitalismo biocida para re-existir. En lugar de gastar nuestras energías en confrontarlo, la idea es permitirnos disentir con sus imperativos, y animarnos a vivir en dignidad, en sintonía con nuestras conciencias, asumiendo con responsabilidad las consecuencias de esa desobediencia pacífica, imaginativa, constructiva y amable, que ya no puede aceptar lo inaceptable: el ataque a la vida de este sistema dominante.” (Adriana Marcus - La autogestión comunitaria de la salud)

El sábado 6 de mayo compartimos un diálogo con Adriana Marcus en nuestro tercer encuentro del Foro de Pensamiento Crítico. Adriana nos acercó el entramado que la constituye, desde su historia y ancestralidad a su recorrido como médica, escritora e integrante de colectivos editoriales.

Pensando en la trayectoria de vida como un tejido de imágenes, historias y rostros, el diálogo encontró un inicio para desplegarse, y Adriana nos acercó a los hilos que componen su juego de cuerdas vital. Nos contó la historia de persecución y militancia que atraviesa a su entramado familiar. Como hija de inmigrantes judíos alemanes perseguidos y bisnieta de personas fallecidas en campos de concentración, la guerra y la militancia se trenzan en las existencias de su familia. Su mamá, enfermera e instrumentadora quirúrgica en el Hospital Rawson; ella, enfermera durante su cursada como médica en la UBA.

Hoy, Adriana teje sus días en entramados diversos y se reconoce un poco araña en ese sentido: en la salud y en la producción de materiales para mayor accesibilidad y difusión de materiales de lectura inspiradores con el colectivo editorial “Apuntes para la cuidadanía”. Así, aprendió a emblocar, a poner tapas, a ilustrar y a coser libros. Acompaña a doulas, parteras y familias en el proceso de gestación e inicio de la vida.

En su trayectoria que partió de la medicina alopática al estudio de la medicina mapuche y al conocimiento de la medicina con plantas, Adriana reconoce que no hubo un click, una iluminación o un momento bisagra. La práctica como enfermera le facilitó la actitud de escuchar, de querer aprender. Esa capacidad de asombro, de prestar atención, se encontró durante sus estudios en farmacología con el origen vegetal de un medicamento para el corazón, que se fabrica a partir de una planta (la digital), y en ese momento pensó: “Quiero aprender por qué una planta puede dar origen a un medicamento industrial, que además debe ser usada en una dosis ínfima para no ser nociva”.

Viviendo en Zapala y desempeñándose como médica en contextos rurales, Adriana entró en contacto con otras medicinas. “Ya registraba que el sistema alopático tenía falencias para concebir a las personas”; “En el sistema de salud alopático, cuando atendemos a personas mapuches, hacemos crónico el dolor, hacemos daño”. Bajo esta mirada, no tenemos conciencia de las dimensiones inmateriales que nos constituyen.

Reconociendo los efectos constringentes que tuvo la medicina occidental sobre las prácticas ancestrales mapuches, Adriana recupera que eran las abuelas en Neuquén las únicas que recordaban las plantas que tomaban en su juventud. Esas prácticas fueron reprimidas, y en ese contexto fue que encontró un hilo para re-tejer una parte de ese entramado: una vez por mes, Adriana se encontraba con un miembro de diferentes familias y les facilitaba un taller con herramientas para dar atención primaria a dolencias. “La primera atención, (la verdadera “Atención Primaria de la Salud”), tiene que ser “intrafamiliar”. Según la medicina mapuche, el “dueño” del enfermo es quien visita al Machi para comunicarle las dolencias que tiene el enfermo, y para comprometerse con el pago al machi, con el cuidado de “su” enfermo y el cumplimiento de las indicaciones: hay una gestión más comunitaria de la salud.

Viviendo en un territorio donde siguen habiendo familias mapuches que son forzadas a dejar sus territorios, es necesario prestar atención a lo que está sucediendo.

Pensando en las formas de gestionar la salud, traemos generar parentescos, de Donna Haraway. El cuidado de la salud suele quedar solo asentado en el núcleo familiar inmediato. Cuando se piensa también en los parentescos no genéticos, como los vecinos y los seres allegados, se abre la figura de cuerdas del cuidado mutuo. Hay confianza en el juego de cuerdas cuando hay una confianza en que el otro va a tomar el entramado y llevarlo a un nuevo lugar.

Cuidadanía y viditancia

El cuidado aparece en la obra de Adriana como una forma de afectación y acción en el entramado social, sobre todo en el concepto de cuidadanía, que tensa el concepto de ciudadanía.

Remontándose a la historia del término, nos cuenta que esa palabra se la escuchó a Isabel Aler, una socióloga española. Dio una charla y habló de ciudadanía: ciudadano es el sujeto solo, que paga sus impuestos y por lo tanto puede exigir una serie de servicios, no necesita a nadie y vota, vive en una ciudad, está solo como un hongo. Cuidadanía es la capacidad de considerar que formamos parte de un entramado, que nos necesitamos, que somos gregarios, que nuestro estar en este mundo requiere cuidar la vida en todas sus formas, cuidar la vida de las piedras, los árboles, el cielo.

El planeta está vivo. Gaia es un organismo vivo. ¿Cómo cuidamos a las madres? El momento de la gestación es un momento crucial en la vida de todos los seres. Desde la condición de bebino (bebé intrauterino ¡y no feto!) los seres percibimos telepática y sensorialmente el mundo a través de nuestras madres, es un periodo sumamente delicado, pero en general no se registra la presencia de un ser completo: sólo se ve “la panza” de la madre.  En este sentido, Adriana nos alerta sobre cómo nos roban las palabras. Nos robaron la palabra cuidadanía: “Cuidémonos y quedémonos en casa”. Nos roban la palabra viditancia. Nos cuenta que le planteó a una amiga poeta que “militancia” le repele, porque su verbo “militar” se parece peligrosamente al sustantivo “militar”, y en ese momento se preguntaron si existía otra forma. Entonces acuñaron viditancia: cuidado de la vida”. Otra palabra de la que se apropiaron es “autogestión”: ya no es la autonomía responsable y consciente de nuestras vidas, con sus vínculos y tramas. Es la autogestión de nuestra cuenta bancaria, o de otros trámites.

En relación a la idea de bolsa de Ursula K LeGuin*, Adriana nos compartió que algunas compañeras de la Red Jarilla tomaron el bordado y crearon un espacio de encuentro con otras mujeres, y en la práctica del bordado se tejieron vínculos que terminaron en amistad, cariño, cuidado y ternura. Y así encuentran, no en un espacio terapéutico, sino en un espacio amoroso, de confianza, de confidencia, una forma de reparar el tejido roto en estos tiempos oscuros de distopía. “La idea es bordar para restablecer, no sólo la ropa rota, sino los vínculos, recomponer el mundo”.

Un capitalismo biocida

Reflexionando sobre el concepto de un capitalismo biocida que atenta contra toda forma de vida (concepto presente en el libro “Apuntes para la ciudadanía”) Adriana afirma que el capitalismo atenta contra la vida en todos los planos. Las hiperinflaciones nos demostraron que lo último que dejamos de hacer es de comer. No necesitamos más que comer. El alimento está envenenado, es una producción industrial. Lo que comemos nos constituye, estamos hechos de la leche de nuestra madre que nos alimentó en un principio. Los alimentos están desvitalizados, no tienen vida. Lo que somos es producto de lo que comimos en nuestra vida. Y a partir de ahí, todo lo demás.

La felicidad también nos fue robada. La forma de vida es artificial. Recuperar el tiempo. La percepción del tiempo es otra. Eso tiene que ver con la intromisión en nuestra vida personal. El celular es nuestro disco externo, y vaciamos nuestra propia memoria.

Adriana reflexiona sobre aquellas acciones que nos devuelven a una existencia plena, que aumentan la “Alegremia” (alegría en sangre; término aportado hace mucho por Julio Monsalvo):

“Encontrarnos en circularidad alrededor de un centro que nos une, es algo que nos trasciende generacionalmente. No hay una jerarquía. En las rondas que compartimos ofrecemos a lxs demás nuestra parte vulnerable: el lado yin del corazón, mientras que nuestro lado yang, la espalda o el caparazón, protege desde fuera del círculo todo lo que ocurre dentro. La configuración circular con un centro que nos centra nos vuelve equidistantes. En ese círculo donde rueda la palabra, donde nos podemos mirar a los ojos, donde nos declaramos vulnerables, decimos tácitamente: acá estoy para ustedes. Del mismo modo, el saludo mapuche, “Mari mari” (“mari” significa “diez”), que refiere a diez dedos muestra las manos abiertas en son de paz. El círculo es una figura arquetípica de la reunión humana que deberíamos reproducir en todos los espacios.

La desobediencia como defensa de la vida

Pensar en otros saberes, en otras formas de reunión y de gestar salud en comunidad, trajo al juego de cuerdas dialógico intervenciones de participantes. Evocaron a abuelas del campo que atendieron partos, que sabían sobre las bondades de las plantas y que se guiaban por los ciclos lunares; y a suegros que dejaban de atender el kiosco para tirar el cuerito a algún vecino empachado. Las intervenciones también reflexionaron sobre las escasas herramientas que tienen instituciones estatales para integrar culturalmente estos saberes y herencias ancestrales.

En un último gesto de respuesta dentro del juego, Adriana toma los hilos que todas las manos acercaron, y da tres últimas puntadas.

“Tres cosas: las leyes, cuando llegan, llegan tarde. Llamo a la desobediencia, siendo docentes, médicos, lo que fuera. La obediencia debida es del campo militar, no para los que prestamos un servicio para el prójimo.

Animarnos a no adaptarnos a los imperativos del sistema. ¿En qué grieta de la institución nos podemos hallar para generar un cambio?”