Los del infierno terreno. Carlos Pérez Turco

Por: Mario Cura

Mario es porteño, autor y director de teatro. Ha publicado varios libros entre los que encontramos “Mujeres de la patria grande” (un homenaje a las mujeres que lucharon a lo largo de la historia), y sus obras teatrales se estrenaron en todo el país y en el exterior. Entre estas últimas podemos mencionar “Susana Valle” y “Juana Azurduy”.

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En 1968, Arturo M. Jauretche publicaba el MANUAL DE ZONCERAS ARGENTINAS y nos decía que: “Descubrir las zonceras que todos llevamos dentro es un acto de liberación; es como sacar un entripado valiéndose de un antiácido, pues hay cierta analogía entre la digestión alimenticia y la intelectual. Es algo así como confesarse o someterse al psicoanálisis que son modos de vomitar entripados- siendo uno mismo el propio confesor o psicoanalista”

A partir de estas palabras me quede pensando en cómo podrían seguir dentro de uno esas zonceras, y cómo se pueden resignificar operando de distintas maneras en nuestra cotidianidad. Vino a mi cabeza la Zoncera 1 “Civilización o barbarie” y trate de auscultarme, de descubrir cómo esas dos palabras a veces se nos presentan bajo otras formas. Trataré de ir a lo concreto.

¿Cuántas veces ante decisiones que tenemos que tomar nos surge el dilema de si apelamos a nuestro ser “Civilizado” (supuestamente pensante, racional, medido, etc.) o dejamos que nuestro “Bárbaro” (salvaje, impulsivo, irracional, etc) sea quien actúe o decida?

Uno, “el civilizado” es generalmente aceptado como el más equilibrado, el más sensato, el que no se deja llevar por sus instintos, desechando así a nuestro “salvaje” que nos insta a actos más animales o desmedidos. Linda y oculta manera de desechar ese potencial que nos da este último, pues “su saber” no está construido desde lo socialmente aceptado, sino de nuestras vivencias, intuiciones, emociones que de ninguna manera tienen que estar disociadas del pensamiento, pues saben confluir con lo que Eduardo Galeano llamó “el sentipensamiento”

Este es capaz de revelarnos cosas que no están adaptadas, a lo que circula naturalizado pero no es más “que sentido común construido para adaptarnos”·

No es cuestión de oponer el sentir con el pensar, sino de integrarlos dentro y potenciarnos, confiar en esa fuerza en eso que muchas veces sentimos como verdadero y no nos animamos a decirlo o a practicarlo.

¿Cuántas veces esas personas a las que se podrían tildar como incultas nos enseñaron desde sus experiencias y con sus palabras? ¿Y cuántas veces los “ilustrados” fueron los que nos estafaron o mintieron bajo el ropaje de “la cultura?

Confiar en lo que se siente, en lo que nos dice esa brújula que llevamos dentro, cuando no la “anestesiamos” puede llevarnos por caminos que aún no descubrimos, que son dignos de ser pensados.