Por Marisa Blanco, Roberto Sícari, Anahí Lucero
Ilustración: La Décalcomanie. De René Magritte

Este año, tan raro, que nos deja un sabor a poco, a que ya estamos en diciembre y es casi como que todavía no hubiera empezado, y no porque no hayan pasado grandes cosas, tal vez porque fueron demasiadas. Angustia, miedo, incertidumbre, dolor…

parecía que sobre nuestras vidas se cernía una sombra oscura, un tanto siniestra. Un acontecimiento: La Pandemia. Lo abarcó todo: presente, vida, muerte, trabajo, encuentros. Toda nuestra cotidianeidad se vio modificada por ella, parecía que, al caerse las certezas teleológicas de la Modernidad, solo quedaba la posibilidad de un futuro distópico de muerte, tanto de la naturaleza, como de las relaciones intersubjetivas, del trabajo, ¡todo!

En ese contexto la respuesta primera, casi unánime fue la solidaridad, el cuidarnos y cuidar a los otros. Esto abrió otro universo de posibilidades, a contramano de tanta devastación surgió el convencimiento de que el Otro (diferente, desconocido, anónimo) era importante. Surgieron los impulsos en defensa del medioambiente, la conciencia de la destrucción que hacemos de nuestro planeta, que inevitablemente conlleva  nuestra propia destrucción. El virus que alteraba  nuestra cotidianeidad era la prueba fehaciente de que debíamos cambiar, los animales salvajes recuperando espacios que otrora fueron de ellos, pero que ahora están urbanizados, invadidos por la humanidad, nos decían claramente que debíamos hacer un cambio radical en nuestras valoraciones, que el consumo no era la prioridad, que más importante que las cosas que podemos comprar es la vida de las personas que están en situación de extrema pobreza, de los animales a los que les arrasamos su hábitat, de la vida vegetal que destrozamos para obtener más cosas. Parecía que tomábamos conciencia de una ecología no solo medioambiental, sino también social y personal, más allá del lugar del mundo en que nos tocó nacer.

Justo cuando parecía que nos agenciábamos de un devenir ecosófico, una nueva, aunque antigua y repetida línea de fuga hizo que el rizoma se enraizara en otra dirección. Empezábamos a acostumbramos a la nueva situación, ¡y nos salieron con la Libertad! Siempre la Libertad es el discurso o la excusa que captura nuestro deseo y nos equipa en la semiótica hegemónica. Pero ¿de qué libertad nos hablan? ¿La de poder salir para tomar una birra con los amigos en algún boliche? ¿Eso es libertad?

Tenemos el discurso repleto de hermosas palabras de significado vacío que cada uno completa con lo que le resulta más sugestivo.

La palabra Libertad… ¿qué significa? O mejor, ¿significa lo mismo para todes? Mientras unos defienden su libertad de organizar una fiesta otros defienden su libertad de trabajar, otros de pasear o hacer deportes, otros de comer, al menos, una vez al día… ¿es la misma libertad?

Parece que los momentos primigenios de esta pandemia, con todas sus buenas intenciones quedaron capturados por el “yo” ante todo y por sobre todas las cosas y un “yo” chiquito, mezquino, cotidiano, consumista (de cosas, de personas, de naturaleza, de vida). Ya no hablamos de naturaleza, sino de cuándo la ciencia nos va a dar una cura o una vacuna. Nos gana la impaciencia.

¿Qué es la Libertad?, ¿Qué es la Vida?

Desde que nacemos nos enseñan que los “cultos” son los que comen con muchos tenedores, cuchillos, cucharas y copas; los que conocen la cultura de primera mano, porque leen a los franceses, ingleses, o alemanes; los que visitaron los museos de las “grandes urbes” Paris, Grecia, Chicago. En fin, todo lo que se sucede allá en el norte lejano es cultura, que nosotros lo que tenemos son “tradiciones”, por ejemplo tomar mate y comer asado.

Los que saben de Libertad son los franceses, por eso de “Libertad, Igualdad y Fraternidad”; los que saben de economía son los ingleses, por aquello de “Libertad de Mercado”; los que saben de la guerra son los alemanes por su “espíritu ario”; los que saben de Democracia son los norteamericanos por aquello de “la tierra de las oportunidades”

¿Y nosotros?... ¿De qué sabemos nosotros? Nosotros sabemos de dependencia, de coloniaje, de avasallamiento, de represión, de genocidios: de indios, de negros, de gauchos, de militantes, de todos aquellos que pudieran oponer una resistencia a eso de lo que sabemos tanto y ya no queremos aprender más. Todos luchadores anónimos, porque así como intentaron acallarlos asesinándolos, intentaron borrar su memoria, ¡si  hasta a nuestros héroes y heroínas intentaron robarnos!

Porque así se fue escribiendo la historia oficial. Obviamente, estos sucesos intentaron e intentan formatear nuestra subjetividad negando y a veces ocultando estas historias de resistencias populares donde el estar siendo surge como propio de esa mezcla rizomática de la diversidad de costumbres, experiencias, maneras de ver y sentir el mundo, de habitarlo diríamos.

La percepción que tenemos de nosotros mismos está distorsionada. Nacemos con  un complejo de inferioridad que nunca superamos, siempre nos creemos menos que los países “desarrollados”, “serios”, “avanzados”, cada vez que los llamamos así, implícitamente estamos diciendo que nosotros somos “infradesarrollados”, “poco serios, o hazmerreir”, “rezagados”.

Desde los medios de desinformación del imperio (que otrora fueran países y hoy sólo son corporaciones financieras) permanentemente nos hablan de esos países en esos términos y frente a eso no tenemos defensa, siempre “compramos” el discurso y nuestro complejo de inferioridad se incrementa. Asumimos la culpa de nuestra condición, sin llegar nunca a analizar el por qué de la misma. Desde la colonia hasta acá, siempre lo propio fue ninguneado, explotado, oprimido, asesinado. Y los motivos de nuestro estado, son prolijamente ocultados bajo los estigmas de “vagancia”, “malvivientes”, “delincuentes” Tan es así que hoy nuestras cárceles están repletas de desesperados sin trabajo ni suerte, educados en la miseria (casa, barrio, escuela) sin la posibilidad de soñar, si quiera, un futuro mejor. Pero los que se llevan el 80% del valor de lo que producimos, los que se endeudan afuera y después hacen nacionalizar su deuda para que se la paguemos entre todos, ésos están libres y son “señores”, si hasta los creemos mejores que nosotros, algunos/as son ídolos/as que nos llenan la cabeza con mentiras o verdades a medias desde las pantallas de TV, algunas otrora bellas damas, ahora devenidas “intelectuales” con derecho a opinar por TV de política, realidad, economía, cuyo mayor logro en la vida fue hacer “Shock” ante las cámaras anunciando las bondades de las pompas de jabón… ¡toda una profecía! Así ellos/as salen del pobrerío hundiéndonos en él, con el mensaje permanente que nos dice que somos menos, que no podemos, que no nacimos para ser más.

Si desde que comenzamos nuestra escolaridad nos enseñan que somos “los de abajo”, que las grandes civilizaciones, los países ricos y cultos son los de “arriba”. Jamás nos explican que en el universo no hay arriba y abajo, jamás dan vuelta un mapa. Esos mismos mapas nos enseñan que “los de arriba” son los “grandes” los que tienen historia milenaria, frente a nosotros, países más pequeños con una historia que comienza cuando ellos nos “descubren” hace apenas 500 años. Si hasta la periodicidad con que nos enseñan la historia está definida por eventos que les sucedieron a ellos: Prehistoria (no es historia) Antigua (Escritura hasta caída del Imperio Romano) Media (hasta la revolución Industrial) Moderna (hasta la Revolución francesa) Contemporánea (hasta hoy) ¿Qué delimita el inicio de una y fin de la otra? ¿Sucesos que ocurrieron dónde?... ¡Porque es su historia la que estudiamos, como si fuera Universal!

Cómo vamos a crecer como país, como nación, si no nos queremos ni un poquito. Si el eje de nuestra educación no es nuestra historia, nuestra realidad, sino la de ellos, con la visión de ellos. En la historia que ellos nos cuentan llegamos tarde y débiles. Nos venden el cuento que los indios cambiaban oro por espejitos de colores, cuando la realidad es que ellos venían con caballos y armas de fuego y nosotros andábamos a pié y con arcos, flechas y lanzas. Y hasta eso nos lo hacen ver como símbolo de ignorancia. Los pueblos americanos no domesticaban animales para convertirlos en bestias de carga o fantoches de circo, nuestros pueblos eran uno con la naturaleza y convivían con todos los seres vivos y los espacios naturales. La inteligentzia europea, luego yankee, y ahora internacional, con la explotación de animales, agua, suelo y personas nos llevó a este punto en el que la preservación de la vida de la humanidad está en peligro. Pero ni eso los detiene, ni eso nos lleva a cuestionarnos su “seriedad”, su “inteligencia”, ¿su “superioridad”?

Queda en evidencia que los parámetros de la modernidad se impusieron a través de la dominación y al momento de la ilustración esta evidencia nos muestra que este lado del mundo, al igual que otros territorios periféricos fueron la base material para la formación de lo que occidente llamo progreso y que lo sostuvieron con un sistema de intercambio que llamaron economía.
Hoy la pandemia nos deja a la vista que los grandes ganadores en la economía global son unos pocos, los de siempre, las elites dominantes. Se ve tan claro como a los que siguen sosteniendo esta desigualdad que son la inmensa mayoría de las poblaciones cada vez más vulnerables. La fuga de capitales se ahonda y se justifica como una avivada de las elites de todas las latitudes. Estos centros de poder de dominio cuentan con todo un sistema científicamente sustentado como para seguir exfoliando nuestros territorios y nuestros cuerpos sin siquiera sonrojarse.

No obstante, es posible desde las propias herramientas que ellos crean, buscar y construir estrategias de distribución más equitativas. Pero ¿Qué es ser equitativos? Consumir los productos que elaboran para las mayorías generando idiotas mal alimentados. Sin dudas que no acordamos con esta idea que desde los medios de comunicación nos pretenden imponer. Es obvio que la tarea por delante es inventar nuevas maneras de uso de las herramientas que se tienen al alcance para nuestra propia descolonización material y mental, y alcanzar una vida en comunidad donde el intercambio económico que surja sea producto de una larga discusión comunitaria y los que disponemos de los recursos materiales para la vida seamos generosos en la distribución respetando las costumbres de los otros, otras y otrxs. Sustentando la vida en comunidad.

Hoy atravesamos el transhumanismo, o sea la superación de la Razón y de su lógica de dominación, de nuestras capacidades a partir del dominio de la Inteligencia Artificial y del monotecnologismo y el dominio cultural de Occidente.

Podemos continuar así, con las consecuecias que ya señalamos, pero podríamos basándonos en esa misma tecnología, asumir que existen múltiples tecnologías, que se han ido generando de acuerdo a las variadas particularidades geográficas y visiones del mundo, y desde allí  cuestionar las relaciones entre la Naturaleza y la Técnica heredadas.

No se trata de negar la Ciencia y la  Tecnología sino de repensar este momento histórico en que la Modernidad con sus técnicas nos ha sumergido en esta crisis mundial y proponer una nueva agenda, que basada en la creencia y rescate las múltiples tecnotécnicas nos permita pensar nuevas formas de relaciones sociales, políticas y estéticas, nuevas relaciones con lo no-humano, con la Tierra y el Cosmos.

El impacto de esta Pandemia ¿Nos dará las razones y la fuerzas para hacerlo?

Por suerte (o tal vez no), por tesonería, por historia, por tradición, seguimos resistiendo, intentando descubrir en las micropolíticas esas fisuras por donde permea el deseo, tratando de descubrir nuestros orígenes que son tan variados, tan heterogéneos, tan disímiles, somos un país y un continente en el que convergen todas las culturas del mundo, la propia, ancestral, la de los colonizadores españoles, la de los esclavos africanos de la colonia, la de los inmigrantes europeos de principios del siglo XIX, las posteriores inmigraciones de nuestros hermanos latinoamericanos, de Asia, Polonia, Hungría, etc, etc, etc.

Quizá sea por eso que somos un pueblo que se subleva permanentemente a las dominaciones, que no terminan por doblegar, porque tenemos memoria genética de Tupac Amaru, María Remedias del Valle, Bolívar, Eva Perón, el Che, Rigoberta Menchú, pero también de Mahatma Gandi, Rosa Luxemburgo, Mao Tse Tung, Amilcar Cabral, Mandela, nuestro acervo cultural es síntesis o podría llegar a ser síntesis del acervo cultural mundial. Quizá esto influya para que seamos un pueblo latinoamericano que resiste, que bucea en su historia, que no compramos que el pasado está atrás y el futuro adelante, teleológico, determinado, sino que el pasado es lo que vemos, lo que tenemos adelante, y nos enseña que si logramos descubrir cómo se produce esta sumisión generalizada a las semióticas del lenguaje y a los significantes de los poderes dominantes, podemos encontrar las líneas de fuga que nos permitan  hacer una conexión maquínica con el deseo de los Otros  y construir el diagrama que nos conduzca al  futuro que merecemos. No será ahora (o sí) pero más temprano que tarde ¡será!