Por Graciela Ramírez

Nunca dejaste tu moto abandonada, porque sabías de los viajes que vendrían. No afirmaste tus raíces, para poder andar por otros suelos.

Empuñaste la sonrisa para hablar con tus hermanos. Y el implacable fusil para combatir a tus enemigos, quizá por eso te cortaron las manos.

Los chacales de la muerte, te mostraron ante el mundo derrotado, tirado en una fría mesa como un trofeo inerme. Quisieron que todos, en el pueblo de la Higuera te observaran, para aprender así, que no se jode. Que la vida y la muerte son de ellos. El dolor y la miseria siempre nuestros.

Lujuriosos de sangre no advirtieron, que sólo se trataba de un descanso. Tus ojos entreabiertos observaron hasta el momento justo de la huida. Y cuando aquel murmullo entrecortado por lágrimas, recorrió todo el pueblo, llevando las palabras que anunciaron tu muerte, te fugaste hacia otro territorio.

Dicen que en toda América te vieron. En las calles de Nicaragua, con los sandinistas. En las barricadas del Cordobazo. En el penal de Rawson, junto a Tosco, cuando despidió a los compañeros fusilados en Trelew. En Chile donde a Víctor también lo mutilaron, te vieron al lado del “Chicho” Allende, resistiendo hasta el final con la dignidad que había prometido. Y cuando El Cóndor extendió sus garras de tortura y muerte por toda América, juraste no olvidar ni perdonar, junto a los pueblos.

Cada 24 de marzo, cuando gritamos por nuestros 30.000 compañeros, detenidos desaparecidos ¡PRESENTES, AHORA Y SIEMPRE! tu voz retumba en todas las voces de la plaza.

También clamaste en Méjico, por los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa. En Brasil caminaste con los Sin Tierra. Y acompañaste cada reclamo de los pueblos originarios de nuestra América.

La Milagro te pintó en su bandera, al lado de Tupac y de la Eva. Bolivia, donde las bestias creyeron haber terminado con tu vida. Te trae nuevamente invocado en el grito de sus coyas, cada vez que las calles se inundan de pedidos de igualdad y de justicia.

Me imagino que ver tanta inmundicia, después de haber luchado sin descanso, hará que en tu garganta se ahoguen lágrimas y tus puños se cierren de impotencia. Pero no te preocupes Comandante, que aquí nadie se rinde, quedan fuerzas. Todavía las piernas nos sostienen, todavía amamos a la vida. Le pusimos tu nombre a nuestros hijos, ellos también conocen de tu historia.